Noelia Antúnez

Ayer tuve mis últimas clases con los grupos de Artista, creatividad y educación (asignatura que imparto en el grado en Bellas Artes durante el primer cuatrimestre), el último de tres intensos días en los que los alumnos han puesto en común sus proyectos de las formas más variopintas: talleres, teatro, clases magistrales, juegos, baile… En uno de ellos, teníamos que colocarnos frente a otra persona e ir describiéndola poco a poco, con frases cortas que esta tenía que repetir haciéndolas suyas, y yo terminé diciendo cosas como “soy una chica que arruga la nariz cuando sonríe” “mis labios son reflejo de una risa que cuando sale explota” “cuando sonrío me salen como dos paréntesis a los lados de la boca y un hoyuelo en la mejilla derecha”… y es que este cuatrimestre he sonreído y reído mucho en clase.

Empecé a dar clase en la universidad joven, cuando mi hermano, sus compañeros, e incluso muchos de los míos, seguían siendo alumnos, y un día me planteé “¿cómo me visto cuando vaya a clase?”. Podría haber elegido ropa seria, un poco más “adulta” o elegante, pero creí que sería absurdo haberme vestido hasta entonces con mis vaqueros, mis zapatos cómodos y una chaqueta de punto de colores saturados, y disfrazarme de profesora para dar clase a quienes habían compartido mesa conmigo en la cafetería el año, el mes o el día anterior. Y es que, para lo bueno o para lo malo, soy como soy y no puedo evitar intentar estar siempre a gusto y que la gente a mi alrededor lo esté, no puedo evitar la necesidad de ser cercana, el tocar a la gente cuando tengo confianza, el llamar “cariño” a quienes comparten conmigo un buen número de horas a la semana,… y aunque a veces me salga en clase (y en otros lugares) la vena autoritaria, y me coloque un tricornio gigante para dar las normas de la asignatura, no puedo y no quiero evitar ser así también en el aula. No es por postura, por innovar, por romper, no es por que lo digan otros, … hace tiempo que creo que prácticamente cualquiera que, en cualquier momento, haya meditado sobre cómo se aprende mejor y haya amado la enseñanza, ha llegado a conclusiones similares: se aprende más cuando se está bien (y quiero pensar que si yo lo estoy, mis alumnos también lo estarán).

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